Mejor malo conocido que bueno por conocer
Dejando a un lado que el futuro es incierto y, por tanto, no podemos saber si lo que viene será bueno o no, me apetece analizar en profundidad lo que esconde este dicho popular.
El verdadero motivo por el que un porcentaje grande de la gente escogería lo malo conocido no tiene nada que ver con una extraña filia humana por el sufrimiento.
Las personas tenemos la curiosa inclinación a aferrarnos a lo antiguo, a sobrevalorar aquello que nos pertenece y hemos hecho nuestro, sea una situación, un objeto o una relación. Este es el efecto dotación.
Creemos que si seguimos haciendo lo mismo que hasta ahora podremos seguir sobreviviendo, porque nos lo hemos demostrado. Y, en parte, podría estar de acuerdo con esta hipótesis.
El problema surge cuando esto nos lleva a la conclusión de que seguir por el mismo camino no implica una decisión.
Las decisiones son incómodas, dan miedo, algunas más que otras. Ponen el foco en uno mismo, requieren de una estrategia y van de la mano de la responsabilidad.
¿Es cierto que seguir haciendo lo mismo no implica una elección? Rotundamente no.
Tomar la decisión de seguir por el mismo camino es una ELECCIÓN, en mayúscula. Cambiar de ruta también lo es, y puede parecer más costoso. Da pereza y conlleva incertidumbre, uno de los mayores temores de la especie humana.
Con frecuencia, tenemos la creencia de que si seguimos como hasta ahora, nada malo va a pasarnos y que, en cambio, si nos arriesgamos estaremos expuestos a decenas de peligros.
Cuando la situación/objeto/relación actual es mediocre, apostamos por lo seguro: mantenernos cruzando los dedos para que nada empeore, no vaya a ser que tengamos que tomar decisiones.
En cambio, cuando es mala, vemos mucho más clara la necesidad de cambio.
Si mi relación de pareja es mala, seguramente opte por cambiarla. Sin embargo, si es mediocre en varios aspectos, es probable que no sienta la misma necesidad de cambio.
Cuando decidimos mantenernos en una misma situación que no nos satisface asumimos que, si hiciésemos un análisis en términos de pérdidas o ganancias, no ganaríamos, pero tampoco perderíamos. Y aquí es donde entra en escena el gran error en el que muchos caemos sin darnos cuenta.
Tenemos la creencia de que la inacción (que, por cierto, también es una elección, porque tú has decidido no hacer nada), es gratuita. Pero siento decirte que no hacer nada tiene un coste, y a veces es incluso más alto que el de tomar cartas en el asunto.
Lo que ocurre es que la mayoría no somos capaces de hacer este análisis por cobardía. Porque es probable que, a la larga, mantenernos en una situación que nos parece mediocre, traiga más incomodidad que el propio cambio.
Cuando hablo de satisfacción no me refiero a hedonismo. No me refiero a construir una vida en la que el placer sea el único objetivo. No quiero que te centres en el corto plazo, sino en el largo. En la sensación de que tienes control sobre tu vida, y de que lo que haces te hace sentir orgulloso.
O sea, que si tuvieras que contarles la historia de tu vida a un gran público, lo hicieras con satisfacción.
Volviendo al tema, hacer este análisis del que te hablo puede llevarte a caer en la cuenta de que no hacer nada tiene un precio más alto que hacerlo.
Y cuando te das cuenta de esta clave ya no puedes ignorarla. Es como cuando ves un trozo de comida en el diente de tu amigo. ¿Te fijas más en lo que te está contando o en el trozo de lechuga aferrado a su colmillo?
No hace falta que te diga la respuesta, porque estoy convencida de que con este ejemplo has llegado a la misma conclusión que yo: cuando caes en la cuenta de que no hacer nada tiene un precio, sientes la necesidad de romper la inercia. De probar un cambio de ruta, de dejar de lado lo malo conocido y explorar lo bueno por conocer.
Me juego el brazo derecho a que a partir de ahora, antes de elegir el camino del no cambio, aunque resulte tentador, pensarás en el precio que estás pagando y en el impacto que tendrá en tu vida a largo plazo.