¿Tienes lo que se necesita para navegar en conversaciones incómodas?
“Tener conversaciones incómodas es un arte”.
Estoy absolutamente convencida de que repetiré esta frase y seguiré creyendo en ella hasta el final de mi vida. Dudo mucho y sobre muchas cosas casi cada día, pero esta es una de las verdades que siempre llevo por bandera.
Carlos es un pro de las conversaciones incómodas. Tiene 32 años y es una persona inteligente, sensible y muy reflexiva. Desde hace años está muy comprometido con su desarrollo como persona, y lleva un tiempo practicando el arte de tener conversaciones incómodas.
Hace unos días, Carlos tuvo una conversación con Emilia, su madre, una mujer buena, dedicada al cuidado de su familia y muy acostumbrada a la renuncia. Fue una conversación incómoda de las de verdad.
Mientras charlaban, sentados en el sofá después de haber pasado un día en familia, salió a la luz un tema que preocupaba mucho a Carlos y que tenía que ver con la gestión de la economía familiar.
Estaba preocupado y enfadado, porque estaba convencido de que su madre se estaba equivocando, y de que esto podría traer consecuencias negativas para la familia en el futuro.
Así que Carlos fue contundente y muy claro.
Habló con firmeza aunque con respeto a la vez. Y le dijo a su madre que las cosas no podían seguir así. Que entendía que si había llegado a este punto era porque no sabía hacerlo de otra forma, pero que había llegado el momento de aprender a hacerlo, porque, de lo contrario, las consecuencias iban a ser cada vez mayores para todos.
Carlos vio claro que había que romper la inercia. Había que hacer cambios.
Él no la culpó por no saber hacerlo, pero ojo, y aquí está una de las claves, tampoco la disculpó por ello. Esto hubiese implicado quitarle toda dignidad y presuponer que su madre era incapaz de aprender.
En cambio, Carlos, con gran valentía, puso sobre la mesa este tema tan incómodo y le dijo a Emilia que todavía estaba muy a tiempo de responsabilizarse y de hacer cambios.
Ella se sintió avergonzada y dolida, y no era para menos. Toda esta cuestión escondía un entramado de recuerdos dolorosos y emociones no procesadas. Su vida no ha sido fácil.
Pero quedarse solamente con esta última frase habría llevado a Carlos a disculpar a su madre de todos sus actos, y en el fondo, a justificar su no cambio. Porque cuanto más nos repetimos lo difícil que ha sido nuestra vida, más permiso nos damos para seguir en la misma posición que nos daña.
En definitiva, nos sirve de excusa para seguir siendo víctimas de nuestra historia y no responsabilizarnos de que el cambio debe surgir de nosotros mismos.
El caso es que Carlos escuchó con cariño las emociones de su madre. Y las sintió, y le dolió que ella se sintiera así. Pero no dejó que se refugiara en ellas para no hacer cambios.
Lo creáis o no, con este acto Carlos dignificó a su madre. Le transmitió lo importante que era para la familia y para él que ella tomara cartas en el asunto. Que aprendiera a hacer las cosas de una forma distinta. Que fuera capaz de escuchar sus emociones sin que estas tomaran el mando de sus acciones.
Pero la verdadera clave, para mí, de esta conversación incómoda, fue la maestría de Carlos para transmitirle a su madre que el amor que sentía por ella no estaba en juego, a pesar de no estar de acuerdo con cómo estaba haciendo las cosas.
Muchas veces utilizamos el amor como excusa, y nos decimos: “no puedo hacerle esto a una persona a la que quiero tanto”. Carlos podía haber decidido no decirle nada a su madre porque la quería.
Lo que ocurre es que por miedo a romper el vínculo, decidimos no hacer nada. Pero la paradoja es que precisamente ese no hacer nada es lo que rompe el vínculo poco a poco.
Esta conversación, al contrario de lo que podríamos creer, reforzó el vínculo madre-hijo. Abrió la puerta a un tipo de relación adulta en la que no se ocultan las cosas por miedo a dañar.
En la que se confía en la capacidad propia y del otro para sostener el dolor. Y en la que, en definitiva, se estimula el cambio y se confía en la capacidad del otro para cambiar sin precisar de un salvador.
¿Existe una forma mejor de dignificar a quienes queremos y a nosotros mismos?
Seguro que con la historia de Carlos te ha quedado clarísimo lo que es una conversación incómoda, pero voy a compartir contigo las características que, según mi punto de vista, debe reunir una conversación incómoda:
Implica a 2 o más personas.
Aborda temas que todos los integrantes conocen pero que nadie se atreve a mencionar. Es algo así como lo del elefante en la sala: todo el mundo sabe que está, pero nadie habla de él.
Carlos sacó a relucir un tema que llevaba años preocupándole y que, de una forma u otra, siempre se evitaba en las sobremesas familiares.
En ella, los participantes se hablan con respeto pero con firmeza sobre sus pensamientos y sentimientos.
Carlos transmitió lo que sentía y pensaba. También escuchó lo que su madre sentía y pensaba, pero no se dejó llevar por la tristeza que le generaba ver a su madre apenada.
Se presupone que las partes deben tener un cierto nivel de madurez. Porque en una conversación incómoda nadie salva a nadie. Cada uno se hace cargo del impacto que tienen para él o ella las palabras del otro.
Carlos dejó de ver a su madre como un ser sufriente e incapaz de hacerse cargo de sus acciones y emociones, para verla como una persona adulta y capaz.
Ambas partes son capaces de hacer autocrítica. Se responsabilizan de sus actos y reconocen con honestidad sus fallos.
Carlos fue capaz de hablar con honestidad de los errores que él también había cometido. Y gracias a esto, Emilia dejó de sentirse atacada y pudo responsabilizarse y ser crítica con sus propios errores.
Las partes, al final, reflexionan e integran lo que han aprendido con lo que consiguen reforzar el vínculo entre ellas.
Carlos y Emilia, con esta conversación, lograron generar un clima entre ellos que les permitirá, en el futuro, retomar esta u otras conversaciones incómodas pero necesarias.
Si estas seis características te han hecho tope, no te asustes. Dentro de la capacidad de generar y mantener conversaciones incómodas hay niveles, y este es el más alto.
Carlos y Emilia se han ganado un sobresaliente en conversaciones incómodas. ¿Y tú?