Confiar es un acto de fortaleza

Vivimos en un mundo cambiante. Siempre lo ha sido, pero cada vez los cambios son más rápidos. Y la velocidad dificulta pararse a analizar el proceso.

Nuestro mundo actual enfatiza la individualidad, la no dependencia, la eficacia y la autosuficiencia. Dicen que somos la sociedad más conectada y al mismo tiempo la más aislada de la historia.

Y tengo que darles la razón, porque nuestra forma de vivir contribuye a que nos sintamos solos.

El ser humano está programado para la supervivencia, y cuando un camino lo daña o no tiene recursos para afrontarlo, busca rutas alternativas. No son siempre las más acertadas, pero cumplen una función en ese momento.

Actualmente vivimos en burbujas individuales olvidando que existe una burbuja enorme que nos engloba a todos.

Nos da miedo acercarnos a otras burbujas por si el roce hace que se rompa la nuestra, porque creemos que si lo hace, no habrá nada que nos proteja.

Lo hacemos por supervivencia, o eso es lo que nos contamos a nosotros mismos.

Hoy en día, sobre todo las generaciones más jóvenes, tendemos a establecer distancias.

La distancia es protectora, desde luego. Permite ver la situación desde fuera y hacer un balance rápido de ventajas e inconvenientes. Pero debe ser transitoria. Es decir, debe permitirnos tomar decisiones, no quedarnos eternamente en una misma posición: si la balanza vence por el lado de los inconvenientes, me voy. Y si lo hace por el de las ventajas, me quedo.

Que se de este segundo escenario no quiere decir que no exista ningún inconveniente, sino que, a pesar de que están, las ventajas pesan más.

En cambio, muchos tendemos a quedarnos sin superar la distancia.

Es decir, tomamos la decisión de permanecer al lado de alguien pero sin implicarnos del todo, sin abrirnos al otro.

Esto ocurre porque nos cuesta confiar por miedo a que nos traicionen. Vemos la confianza como una vulnerabilidad, sin darnos cuenta de que es una fortaleza.

La entendemos como un tesoro preciado que el otro ha de ganarse, en lugar de entenderla como una capacidad liberadora.

Te cuento. La confianza ha estado siempre en la base de las sociedades, sin ella hubiéramos sido incapaces de progresar. Es una fuerza que nos capacita para lidiar con la incertidumbre. La confianza libera, no constriñe.

Nos encanta decirles a los demás que deben ganarse nuestra confianza. No me gusta nada esta frase. Te cuento por qué.

Que el otro gane, implica que nosotros perdamos; que el otro tenga el poder y nosotros no.

Así que, desde este prisma, la confianza se entiende en términos de pérdida, con lo cual entiendo que la gente evite confiar. Pero esta visión no es más que un error.

La confianza tiene que hacernos ganar a ambos. Tanto a quien la da, como a quien la recibe.

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