No te des tanta importancia a ti mismo
Nos asusta el dolor de los demás porque nos damos demasiada importancia a nosotros mismos.
¿Alguna vez te lo habías planteado?
Nacho es un padre de familia que sobrevive. Sobrevive a la muerte de la pequeña de sus hijas, Elena, después de varios años de vivir en un hospital.
Trata de sacar adelante su negocio y de estar todo lo presente que puede en la vida de sus hijas. Es un pilar en su familia. Ellos lo saben, y él también.
Cualquier pilar necesita de una buena estructura que lo sostenga. Así que Nacho recurre a sus amigos para vaciarse por dentro. Para encontrar unos brazos que sostengan sus propios brazos, exhaustos de ser sustento para otros.
Miguel, su amigo, lo escucha. Le duele oír el relato de un padre entregado que a pesar de toda su dedicación diaria ha tenido que enfrentarse a la muerte de una hija. Le duele ver las lágrimas de Nacho.
Le gustaría ayudarle, pero siente miedo. Así que le dice: “No he podido dormir esta noche después de escucharte ayer. Siento que no puedo hacer nada por solucionar tu situación”.
Nacho se siente dolido. No quiere ser él quien consuele a su amigo por la mala noche que ha pasado. Tampoco quiere soluciones ni recetas mágicas. Necesita alguien que lo escuche, que lo sostenga cuando él no puede hacerlo. Necesita alguien con quien poder mostrarse vulnerable.
No ha encontrado lo que buscaba, así que se promete a sí mismo no volver a compartir su dolor con nadie. “Miguel no está a la altura de la situación”, se repite una y otra vez.
Seguramente muchos de nosotros hemos sido Nacho alguna vez. Y Miguel, seamos sinceros.
¿Te cuento lo que hay detrás de la respuesta de Miguel?
Miedo a no ser capaz de darle a su amigo lo que necesita.
Hasta aquí, todo bien. Es normal.
Pero ¿Qué es lo que hace Miguel guiado por su miedo?
Con una simple frase, ha conseguido hacerse protagonista de la historia. ¿Sabes cuál es el mensaje que de manera inconsciente está lanzando a su amigo?: “Nacho, como me asusta tu dolor y no sé cómo ayudarte, y eso me duele, te pido que te hagas cargo tú de mi dolor”.
Nacho, como era de esperar, se siente responsable del dolor que ahora siente su amigo. Porque, de no habérselo contado, él no se sentiría triste y habría podido dormir a pierna suelta. Además, no ha obtenido el consuelo que buscaba. Así que es muy probable que la próxima vez se lo piense dos veces antes de recurrir a su amigo.
Cuando alguien comparte con nosotros su dolor, tenemos UNA ÚNICA tarea: dar importancia a lo importante. Y lo importante, en ese momento, no somos nosotros. Frases como: “yo no podría con ello”, “no he podido dormir”, “no puedo hacer nada por ayudarte” solamente harán que nos coloquemos en el centro, y que nuestro interlocutor se sienta fuera de la ecuación.
Nuestra intención al decirlas es mostrar empatía, no hay duda. Pero al hacerlo conseguimos darnos protagonismos a nosotros y quitárselo al otro.
Ser conscientes de esto puede servir para replantearnos nuestra forma de aproximarnos a su dolor.
La próxima vez que alguien comparta contigo su dolor pregúntate si estás dando importancia a lo verdaderamente importante. Si estás poniendo el foco en ti o en la persona que tienes delante.
Créeme, cuando seas tú el doliente, agradecerás que la persona a la que pides consuelo sepa colocarse en el lugar que le corresponde.