¡Rompe el molde! ¿Te atreves a ver el mundo con los ojos de otro?
La realidad es una. Sobre esto no vamos a discutir.
Las interpretaciones de la realidad son múltiples. Una por persona, como mínimo. Con todos sus matices.
Quienes nos dedicamos a acompañar personas, trabajamos con interpretaciones de la realidad. No somos jueces, no buscamos la verdad absoluta. Tampoco pretendemos descubrir quién tiene la razón en un conflicto.
Imagina que estás en lo alto de una montaña. Has llegado, por fin. Después de muchas horas de subida tienes delante de ti una imponente cordillera. No vas solo, tu acompañante está a tu lado, disfrutando también del paisaje.
Os pido a los dos que saquéis vuestras gafas del bolsillo. Las tuyas tienen los cristales azules, y las de tu compañero, rojos. Tú dirías que ves los montes de un tono azulado, y no podría decirte que estás confundido, o al menos no del todo. Para ti, son azules. Recuerda tus cristales.
Tu amigo, diría que los ve rojizos. Y tampoco podría decirle que se confunde. Para él lo son.
Ahora imagina que las gafas dejan de ser un accesorio y se convierten en parte de ti. Aunque no quieras, ves la realidad en tonos azulados.
Las gafas serían el equivalente a tu historia personal. La llevas contigo siempre y hace que interpretes la realidad de una manera determinada.
Cada persona tiene una visión diferente de la realidad porque la interpreta según su historia personal.
Muchas veces, los conflictos entre dos personas surgen porque la historia personal de cada una les lleva a interpretar la realidad de una manera particular.
Inés y Juan pueden ser un buen ejemplo de ello.
Juan, por su historia personal, interpreta que, si Inés pasa mucho tiempo con sus amigos, es porque no lo quiere lo suficiente.
Inés, en cambio, fruto de su historia, cree que pasar mucho tiempo con sus amigos no hace que quiera menos a Juan. Lo quiere mucho, y también quiere a sus amigos, por lo que le apetece pasar tiempo con ellos.
Es fácil que entren en conflicto, porque tienen formas casi opuestas de verlo. Inés se enfadará mucho con Juan por no entender que quiere pasar tiempo con sus amistades, y a Juan le dolerá pensar que Inés no quiere pasar tiempo con él.
Llegados a este punto es posible que me digas: “Vamos a ver, María, entonces, si ven tan distinta la realidad, lo único que queda es que se separen”.
Es una opción, sí. Pero no la única. Y aquí es donde te comparto mi regla de oro.
Y… Redoble de tambores… ¡La comprensión!
En el fondo, lo que puede salvarlos es comprender y dar por válida la narrativa del otro, porque es fruto de su historia vital. O sea, Inés podría entender, sin juicio de por medio, que Juan se sienta inseguro cuando ella pasa mucho tiempo con amigos porque su experiencia lo ha llevado a pensar y sentir así. Y Juan podría entender que Inés, aunque lo parezca, no lo quiere menos por no estar pegada a él 24/7.
¿Se entiende?
La idea es que cada uno pueda ponerse las gafas del otro durante un rato para no juzgarlo con tanta facilidad. Cuando el otro se sienta comprendido, te garantizo que podrá relajarse y no ejercerá presión para defender su historia.
En realidad, lo que ha generado el conflicto no ha sido la diferencia de historias personales, sino la presión que cada uno ha ejercido para defender la suya propia. Esta actitud de defensa les ha imposibilitado escuchar al otro.
Así que, si quieres mi consejo, te diré que la próxima vez que tengas un conflicto intentes dejar a un lado tu estado de guardia y trates de comprender a tu interlocutor. Verás como marcáis juntos la diferencia.