Cómo conseguí lo imposible: alquilar una casa para 8 amigos y un perro

Hoy vengo a contarte cómo conseguí que nos alquilaran una casa rural a 8 amigos y un perro cuando buscaban una familia y no permitían animales.

Buscaba una casa grande, con encanto y piscina exterior para pasar un finde con amigos. Y la encontré. Era LA CASA. Bien situada, preciosa, con piscina y a muy buen precio.

Cuando estábamos a punto de pagarla, una amiga preguntó si podría llevar a Cora, la perrita que adoptó hace unos meses y que es más humana que perra (duerme con pijama).

Las normas de la casa eran claras: “no se admiten animales”.

No iba a ser fácil, así que decidí que la mejor vía sería pasar de Booking y conseguir el número de la dueña para enviarle un mensaje cercano y educado con la promesa de cuidar la casa como si fuera mía.

La mujer preguntó si éramos una familia, cuántos éramos y nuestras edades. Y aquí fue donde yo capté su necesidad: quería tranquilidad, nada de fiestas y música alta. Tenía miedo.

Le dije que éramos un grupo de 8 amigos y que la mayoría rondaba los 36-37. Estaba convencida de que el hecho de no tener 20 años le haría presuponer que seríamos más cuidadosos con la casa.

Pero aún y así, la percibí dudosa. Ella prefería alquilársela a familias. Así que busqué una foto que reflejara que nosotros podíamos tener el mismo comportamiento que una familia (básicamente, traté de poner solución a su miedo).

La foto era de nuestra última casa rural. Salíamos abrazados, cerca de la chimenea, sujetando un pastel de donuts con dos velas (un 3 y un 6) y, lo más importante, salíamos con ropa cómoda y zapatillas de casa.

  • El abrazo y las sonrisas de todos nos hacían parecer simpáticos y cercanos. Confiables, en definitiva.

  • La chimenea le daba su toque hogareño.

  • Y la tarta de cumple y las zapatillas de casa eran la guinda del pastel. Lanzaban un claro mensaje: nos divertimos de forma tranquila y responsable. Sabremos cuidar de tu hogar.

Lo que nadie sabe es si en aquella casa rural perreamos hasta abajo en pijama y zapatillas. Pero eso lo dejo para la imaginación de cada uno.

Después llegó el momento Cora. Percibí que su preocupación eran los pelos y que se comiera el césped. Así que la tranquilicé y le dije (sin mentirle) que nosotros barreríamos la casa y no quedaría ni medio pelo, y que Cora es una perrita muy mayor y tranquila que cada día espera a que su dueña llegue del trabajo tumbada en su cama.

No sé qué exactamente de todo lo que le dije la convenció. Pero estoy segura de que todo lo que he ido explicándote influyó, y mucho.

En general, cuando queremos algo de una persona, nos centramos en defender aquello que vamos a ganar nosotros. Ignorando que lo que realmente funciona es ponernos en el lugar del otro, comprender sus preocupaciones y ofrecerle soluciones a sus problemas.

¿Has pensado ya una situación en la que puedas aplicarlo?

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