Cómo pasé de decir que no me importaban los problemas de la gente a ser psicóloga

Hace unos años mi amiga Amaia me dijo una frase que nunca olvidaré: “María, ¿en serio quieres estudiar psicología? ¡Si cuando tenías 18 años y te planteaste estudiarla me dijiste que la habías descartado porque no te interesaban los problemas de la gente!”.

¿Quieres saber por qué me lo dijo y qué había detrás? Lee hasta el final.

Resulta que yo era la estudiante 10. Dediqué los dos años de bachillerato a estudiar sin parar para ser la mejor de la clase. Y fíjate tú, paradojas de la vida, no dediqué ni un minuto a conocerme, a descubrir lo que se me daba bien ni lo que me gustaba hacer.

Esto me llevó a escoger Relaciones Internacionales, con el único objetivo de ser una reputada diplomática que recibiera el reconocimiento que creía merecer por parte de su familia y de la sociedad. “María trabaja en la ONU, es una gran diplomática”. Esta era la banda sonora que yo creía que escucharía si estudiaba esa carrera.

Ojo, no digo que Relaciones Internacionales no sea una muy buena carrera. Lo que digo es que no era para mí, y sobre todo, que el motivo por el que decidí hacerla, no era sano conmigo.

Cuatro días después de iniciar el curso, decidí cambiar de estudios.

Y psicología rondaba mi cabeza. Pero la descarté. Creía que la estadística sería imposible para mí, que nunca había sido buena en mates. Y estudié pedagogía y magisterio (spoiler: también había estadística en pedagogía y la aprobé).

Al terminar mi doble grado, con 23 años, por fin reuní el valor de estudiar psicología, y cuando se lo conté a mi amiga Amaia, su respuesta me dejó casi sin habla.

Te la repito, por si la habías olvidado: “María, ¿en serio quieres estudiar psicología? ¡Si cuando tenías 18 años y te planteaste estudiarla me dijiste que la habías descartado porque no te interesaban los problemas de la gente” (Entiendo su sorpresa, la verdad).

Me morí de la vergüenza en aquel momento, pero Amaia me dio LA CLAVE.

Cuando dije, con 19 años, que no me importaban los problemas de la gente (teniendo en cuenta que siempre he sido la amiga que escucha), me estaba autoengañando. Tenía mucho miedo de empezar psicología y fracasar por no ser buena en estadística, así que necesitaba inventar una argumentación que me diera la razón y apoyase mi decisión de no estudiar psicología.

En el fondo, tenía MUCHÍSIMO MIEDO de que la gente de mi alrededor creyera que la niña de los sobresalientes era incapaz de aprobar la carrera de psicología, así que en lugar de tomar el camino del esfuerzo (que hubiera supuesto ir a clases particulares de estadística), tomé el camino del autoengaño.

Si pudiera hablar con aquella María de 19 años le diría: “Toma la decisión que tú quieras: tendrás que esforzarte en cualquiera de los caminos que elijas. Pero no te engañes, porque algún día te darás cuenta de la mentira que te contaste para no hacer lo que en realidad querías”.

****“La vida es mucho más sencilla de lo que parece cuando dejas de autoengañarte con argumentaciones redundantes que solo te llevan a darte la razón y evitan cualquier forma de acción que te suponga un esfuerzo” (Alexandre Escot).

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